Friday, July 31, 2015

Una noche extraordinaria.



En una de esas noches heladas de Chicago, camino hacia mi  casa me llamó la atención, ver a una señora linda esperando el autobus.

Como si fuera mi propia abuela, le pregunté si quería que la llevara a su casa, vivía muy cerca, pero le daba miedo resbalar ante la nevada que ya empezaba a caer,  por eso decidió esperar el autobus.

Aquella fue una noche extraordinaria para Rose. Había ido  al bingo y ganó. Tomó transporte público sóla por primera vez, y  como si fuera poco,  ahora regresaba a casa en compañia de un par de desconocidos mi amigo y yo.

Cuando la dejamos  buscaba sonriente las llaves en su bolso, parecía una adolecente después de hacer una travesura. Me lanzó un beso y me hizo señas para que me fuera, se sentía segura.

Cuando caminaba hacia mi carro, escuche un quejido y un golpe seco, voltié y la abuelita yacía en el piso, en silencio, con los ojos abiertos, mirando sin mirar hacia el infinito.

Desesperados buscamos ayuda en aquella calle sin gente, y mientras  mi amigo le daba respiración  boca a boca llamé al 911.

 En minutos llegaron bomberos y  ambulancias y como si fueramos delincuentes nos acribillaron a preguntas.

Que dificil fue explicar quién era ella, quienes eramos nosotros y por qué tratabamos de ayudarla.
Se la llevaron en la ambulancia y nosotros nos quedamos con la sensación de abandono.

En la madrugada, cuando finalmente me quedé dormida, sonó el teléfono, era la nieta de Rose, que buscaba consuelo y me pedía a gritos que le contara lo que le había ocurrido.

Fuí a conocerla.

Entonces supe que la abuelita tenía 84 años, que su nieta le había prometido que la llevaría al bingo, pero no llegó.

Aquella noche extraordinaria Rose quería salir y lo hizo, jugó y ganó, después de tantas emociones juntas, se dió el permiso para descansar.

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