Monday, June 9, 2014

La agonía de no contar tu historia



Hace unos dias anunciaron la muerte de Maya Angelous, no sabía de ella, hasta que en el 2011 el Presidente Barack Obama le otorgó la medalla de la Libertad.

Desde entonces me fascinó su historia de coraje y de lucha.

Maya fué violada por el novio de su madre  cuando era una niña. Vivió desprecios y discriminaciones raciales, se quedó muda por cinco años al enterarse que el hombre que la había abusado,  había sido asesinado por una turba encabezada por un tio: “mis palabras matan” -dijo entonces la niña de 13 años- y se quedó en silencio.

Maya Angelous,  murió hace unas semanas  a los 86 años, dejando detrás de sí  una historia digna de conocer y contar. Escribió libros, ensayos, poesía, guiones para la televisión y el cine, recibió docenas de premios y más de 30 doctorados de distintas universidades, aunque nunca estudió en ninguna de ellas.

No tengo espacio en esta columna para describir lo mucho que esta mujer hizo. Búsquenla y lean sus libros, es increible lo mucho que aprendemos de nosotros, cuando encontramos personas inspiradoras como Maya. 

Hay una frase que hice mía y que  me sigue empujando a no dejar mis historias enterradas.

 “There is no greater agony than buried an untold story”. No hay peor agonía que enterrar una historia sin contar. Pienso que cuando ella  la escribió, se refería a no poder decir lo que le había ocurrido siendo una niña. Cuando yo la leí, la interpreté como  los sueños, como las metas, esos planes que enterramos y la agonía que se siente cuando no la llevamos a cabo.

Dos cosas quiero dejarles aqui. Busquen a Maya Angelous, leánla y que esta frase sea la herramienta, el empujón, para acabar con la agonía que podría significar, abandonar los sueños, no contar tu historia.






Con el corazón partio


Yo he dejado mi pais dos veces, la primera fué con mi esposo,  vinimos a estudiar y regresamos. La segunda  fué sin él, me divorcié. Quería  empezar  y lo hice.

Llevo años tratando de encontrar el camino que me lleve de vuelta y no lo encuentro, cada vez se vuelve más complicado. Venezuela siempre era destino, mi hogar. Alli me retiraría junto a mi familia, mis amigos y mi historia.

Cuando somos grandes nos volvemos simples y cada vez queremos menos cosas y más afectos. Por eso no entiendo cuando las agencias inmobiliarias, hambrientas de los ahorros de los “abuelos”, insisten en ofrecer un paraiso fuera de casa: Panama, Costa Rica, Mexico, figuran entre los destinos. “Compre, múdese, disfrute de un verano sin fin, donde su vida será una  vacación  eterna y sin impuestos”: -dicen  las promociones.

Lo que no dicen esos anuncios que venden un paraiso en el extranjero es que estar de vacaciones es una cosa y la vida de todos los dias es otra.

En el día a día necesitamos ser parte de algo, pertenecer, disfrutar de los logros propios, los de la familia y el de los amigos.

Mi hermana mayor, ayer me llamó llorando, se sentía sóla, hace seis meses dejó Venezuela.  “Allá , me dice, lo tenía todo, aunque no se consiguen medicinas, ni alimentos, donde  cortan el agua y la luz  y la han robado dos veces.

Está aquí con dos hijos y un par de nietos, allá dejó su otra mitad,  sus otros hijos y nietos, los hermanos, los sobrinos, sus amigas, su calle y sus vecinos, allá se quedó la cotidianidad y la vida.

Parece que ese es el destino de nosotros los inmigrantes vivir así, como  la canción: con el corazón partio, no porque estamos buscando el paraiso para nuestro retiro,  sino por pura necesidad.