Hace un par de años escuche acerca de “Las Invisibles”, una obra en donde un grupo de actrices venezolanas planteaba el hecho de que a medida que se hacian “grandes”, comenzaban a desaparecer, a pasar inadvertidas, eran invisibles.
No ví la pieza pero sé lo que se siente cuando la gente te ignora, a mi me pasó por primera vez, hace casi 20 años, cuando llegué a Estados Unidos, caminaba por las calles y era como que si no existia, no me veían, después me acostumbré.
Un viaje reciente a la República Dominicana me demostró que el “desaparecer” a los ojos de los hombres, o de la gente, no tiene nada que ver ni con la edad, ni con el aspecto físico, sino con la cultura.
En Venezuela, en Santo Domingo y creo que en cualquier pais de Latinoamérica hombres y mujeres miran, son curiosos, les interesas, te saludan y te hablan como si fueran amigos de toda la vida.
Eso ya no ocurre en mi pais, no porque a la gente no le interese la gente, sino por razones de seguridad, nadie sale, ni camina por las calles; van del auto a la casa, de la casa al trabajo, bien pendientes de que no los miren porque quien lo hace es posible que esté buscando su presa. Perdimos el sabor de convertir a los extraños en amigos.
Por eso la semana pasada en Santo Domingo, me sentí en mi casa, las miradas directas y sin pudor de los dominicanos, me recordaron que estaba viva, que no había desaparecido.
Es algo cultural repito, en nuestros paises te miran con calma, largo y tendido, no pasas desapercibida, aqui a menos que salgas desnuda no te miran y si lo hacen es para llamar a la policia... eres invisible.
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