Wednesday, May 14, 2014

Dónde estarán la arepitas de papelón



Hoy amanecí con ganas de comerme una arepita con anís y papelón, de esas que vendían cuando uno iba hacia las playas lindas de Puerto Cabello y Falcón.

Recuerdo que íbamos varias parejas nos parábamos y veíamos como la negrita bonita, lanzaba las masas en un caldero que desaparecian entre las burbujas y luego emergian gordas y doraditas de una piscina de aceite.

Eran esos tiempos cuando consumíamos comida de la calle sin temor y sin culpa, cachapas con chicharrón grasoso, queso blanco con moscas, conservitas de coco negras: “Demasia grasa” diría aquel señor que entrevisté una vez en Alerta- .Era rico comer sin control, sin culpa, sin temor a las bacterias o a las calorías.

Entonces éramos jóvenes y flaquitos.

Después del festín de sabores llegábamos a la playa, dormíamos en carpas y tomábamos “Caballito frenao” como si fuera agua.

Los niñitos que eran los hijos de todos, sobrevivieron abrazados por el sol, comiendo arena y las mismas porquerias que sus padres. Reian, eran libres y felices, mientras nosotros, discutíamos como arreglar el mundo que sin saberlo era perfecto.

Hoy me comí dos arepitas dulces, y como un disco viejo la aguja se quedó trancada en la misma melodía. Me fuí a Venezuela me monté en nuestro carrito Volkswagen anaranjado, me imaginé a la negrita lanzando empanadas y arepas, sentí el olor del chicharrón grasoso, de la playa, del Coppertone, recordé lo hermoso de mi pais y mi gente.

Lloro, por lo que fuimos y no sé dónde está.

Las arepitas me quedaron bonitas, pero no saben igual.

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